Mostrando entradas con la etiqueta Literatura rusa. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta Literatura rusa. Mostrar todas las entradas

martes, 10 de julio de 2018

La traductora Selma Ancira hablará sobre Tolstói este viernes en la Sección de Filología de la ULL

Este viernes 13 de julio la traductora hispano-mexicana Selma Ancira visitará la Sección de Filología de la Universidad de La Laguna para hablarnos de Lev Tolstói. La charla tendrá lugar en la sala de audiovisuales de la facultad, a las 13:00 horas. Gracias a la invitación de la Librería de Mujeres, donde este jueves presentará su traducción de la novela Loxandra, de María Iordanidu, tendremos la oportunidad de ver y escuchar a una de las figuras más relevantes de la traducción literaria contemporánea.

Selma Ancira, 2012. Foto: Wikipedia.
Selma Ancira nació en Ciudad de México en 1956 y actualmente vive en Barcelona. Estudió filología rusa en la Universidad Estatal de Moscú y griego moderno y literatura griega en la Universidad de Atenas. Es una autoridad en la literatura rusa de los siglos XIX y XX y en la literatura griega moderna. De la primera ha traducido al español casi toda la obra en prosa de Marina Tsvietáieva, así como obras de Pushkin, Gógol, Dostoievski, Tolstói, Bulgákov o Nina Berbérova, entre otros. En cuanto a la segunda, ha traducido a autores como Seferis, Ritsos, Kampanelis y Iordanidu. Su labor traductora se ha centrado en la narrativa, pero también abarca el teatro y la poesía. 

Desde este blog queremos ofrecer una breve muestra del trabajo de Selma Ancira, y para ello hemos realizado una selección de obras traducidas por ella como recomendación de lectura para nuestros lectores y lectoras. Se trata de cinco libros que reúnen un selecto ramillete de joyas de la literatura occidental.

La primera obra que recomendamos es Mi Pushkin (Acantilado, 2009), de Marina Tsvietáieva. De todos los enigmas del alma rusa Pushkin es, sin duda, el mayor. Y lo es porque su poesía, el lenguaje literario que creó (y que, según una frase común, es «nuestro todo» para los rusos) es inaccesible a los que no lo podemos leer el original. Como escribió Sergio Pitol, «toda la anterior literatura era deleznable». Mi Pushkin es un diálogo entre el autor de Eugenio Oneguin y Marina Tsvietáieva ¿Y cuál puede ser el diálogo entre el genio del Siglo de Oro de la literatura rusa, muerto en un duelo en 1837, y una de las más destacadas representantes del Siglo de Plata de esa literatura, la propia Tsvietáieva? 

En este breve libro de prosa poética, Tsvietáieva describe, en un cuadro muy personal y delicado, la fascinación de un Pushkin que la acompaña como hablante de ruso casi desde la cuna. «Pushkin fue mi primer poeta, y a mi primer poeta - lo mataron». Sin ser un libro fácil para los no iniciados en los símbolos de la cultura del Siglo de Oro ruso, de la que Tsvietáieva se consideraba heredera, este librito es una buena manera de acercarnos a su obra. Dicen los que han leído el original que, en la traducción de Selma Ancira, podemos apreciar el latido de la prosa de Marina Tsvietáieva: sus pausas, sus silencios, sus juegos con la sintaxis, sus descubrimientos.

No podemos dejar de mencionar la importancia de Tsvietáieva en la vida de la traductora: puede decirse que la poeta fue «descubierta» para el lector en español, con sus traducciones publicadas en México casi al mismo tiempo en que fueron redescubiertas por los lectores rusos. Por eso recomendamos otra obra de Tsvietáieva traducida por Selma Ancira, Mi madre y la música, publicada también por Acantilado (2012). En el caso de esta obra, la traducción ha superado las fronteras del libro para ser llevada a escena en la voz de la propia Selma, como puede verse el fragmento del montaje disponible en la Web: Mi madre y la música.

Si queremos adentrarnos en ese océano que es la literatura rusa de los siglos XIX y XX, el Paisaje caprichoso de la literatura rusa: antología (FCE, 2015) es una magnífica puerta de entrada. Ahí están Gógol, Dostoievski, Tolstói, Chéjov, Bunin, Pasternak y la propia Tsvietáieva, entre otros autores y autoras. Aunque las grandes novelas de esta literatura (Almas muertasGuerra y paz, Los hermanos Karamázov…) no caben en los limitados márgenes de una antología, la selección de pequeñas obras que este libro contiene permite contemplar desde la orilla aquel océano insondable. 

La literatura griega moderna es, como dijimos, la otra gran literatura a la Selma Ancira ha dedicado su esfuerzo y dedicación, sobre todo a dos poetas de la llamada generación de 1930: Seferis y Ritsos. De Yorgos Seferis ha traducido varias colecciones de ensayos, como los recogidos en el volumen Todo está lleno de dioses (FCE, 1999), y su poesía completa junto Francisco Segovia, Mythistórima: poesía completa (Galaxia Gutenberg, 2012). De Yannis Ritsos ha traducido varias libros de poesía, como el conjunto de monólogos dramáticos titulado Áyax (Acantilado, 2008).

La obra que aquí recomendamos es una de las novelas más conocidas de la literatura griega: Zorba el griego (Acantilado, 2015), de Nikos Kazantzakis. Popularizada por la versión cinematográfica, en la que Anthony Quinn hizo el papel de su vida, la novela es un canto al vitalismo personificado en la figura de su protagonista, Alexis Zorba, un viejo operario a quien conoce el narrador de la novela. Como dice este al comienzo del libro, «si quisiera elegir entre las personas que han dejado las huellas más hondas en mi alma, tal vez destacaría a tres o cuatro: Homero, Bergson, Nietzsche y Zorba.» El narrador es un joven intelectual que decide abandonar sus libros por unos meses para reabrir en Creta una mina de lignito. La fuerza y la ebriedad vital de Zorba, que siempre va acompañado de su santuri, le fascinan por completo, hasta el punto de que el joven llega a considerarlo un guía espiritual, de cuya sabiduría, sin embargo, no llega a aprovecharse. Un buen libro para el verano.

Nuestra última recomendación es el libro Después del baile (Acantilado, 2016) que contiene tres narraciones de Tolstói. La que da título al volumen, «Después del baile», es un relato breve claramente dividido en dos partes: la primera narra un baile palaciego, la segunda cuenta lo que ocurre «después del baile»; ambas partes se entrelazan como lo hacen azar y destino en toda existencia humana. El segundo relato, «Tres muertes», narra la muerte de tres seres, y tal vez constituya, junto a «La muerte de Iván Ilich», uno de los relatos más impresionantes de su autor. El relato que cierra el libro, «Cuánta tierra necesita un hombre», es una fábula literaria sobre la codicia. Los tres constituyen hondas meditaciones sobre la naturaleza humana y una muestra magnífica del arte de Tolstói.

La labor incansable de Selma Ancira ha recibido numerosos premios, entre ellos el Premio Nacional de Traducción por el conjunto de su obra en 2011, y la Medalla Pushkin en 2008, máximo galardón que Rusia concede a los artistas extranjeros.

miércoles, 13 de julio de 2016

Intenso y afrutado como un verano ruso

El que esté dispuesto a replantearse el tópico de que en Rusia siempre hace frío deberá saber que, en ruso, la palabra verano, leto (léase ‘lieta’), sirve también para contar los años. En otras palabras, que si digo que hace muchos años que no nos vemos, también estaré diciendo que hace de eso muchos veranos.

Durante años, cada vez que llega el verano, distribuyo entre mis alumnos una lista de libros imprescindibles pensando en que aprovechen estos meses para adoptar un libro ruso, aunque no sea en su versión original. Empecé a hacerlo en respuesta a algunos de ellos que se acercaban haciéndome una pregunta imposible de contestar: «¿qué libro ruso me recomiendas leer en verano?». La lista la hice para animar a esa minoría de entusiastas y porque en Rusia esto es toda una tradición: desde los seis hasta los dieciocho años, todo escolar recibe en el mes de junio una larga lista de lecturas obligatorias para que vayan adelantando el trabajo de lectura del curso. Pero quizás aquel pobre inventario mío, parecido a los diez libros rusos que tienes que leer este verano no sea una herramienta tan motivadora. Al fin y al cabo, cualquiera puede encontrar una lista de este tipo en décimas de segundo en un motor de búsqueda de Internet. Llegar a los libros, todos lo sabemos, es otra cosa. Cada año me proponía también prepararles adelantos y seducirles con fragmentos de esta literatura. Este año, empujada un poco por un bibliotecario de la ULL, me he sentado a alargar y comentar esta lista. Que me perdonen los grandes lectores y los rusófilos, pues no les diré nada que no sepan.

El verano es una promesa de horas de lectura ininterrumpida, precisamente las que se necesitan para sumergirse en libros anchos y profundos. Si dispones de tiempo y no sabes por dónde empezar, hay pocas dudas: deberías empezar por los rusos. En concreto, ir a la biblioteca más cercana y buscar allí a una dama a de San Petersburgo que llega a Moscú en tren a visitar a su hermano Stepán Oblonski, que ha sido pillado en falta por su mujer. La dama se llama Anna Karénina. La novela que cuenta la historia de amor de Anna Arkádievna Karénina (de soltera, claro está, Oblónskaia) es, seguramente, la mejor puerta de entrada a la obra de uno de los mayores genios de todos los tiempos, Liev Nikoláievich Tolstói. No es casualidad que se haya llevado tantas veces al cine, pero tampoco es ningún secreto que la historia de amor adúltero entre una dama de la sociedad peterburguesa y un joven oficial es, para otro genio del siglo XX, Vládímir Nabókov, «una de las más grandes historias de amor de la literatura mundial». Las ediciones más antiguas de esta novela, como pasa con cualquier clásico ruso, suelen ser traducciones al español desde el francés. Para leer el clásico de Tolstói tenemos la suerte de poder elegir entre las muchísimas ediciones que hay. La más recomendable, la de Alba Editorial en la traducción de Víctor Gallego. Al abrirla (si no la tienen en la biblioteca, que sepas que en la edición de bolsillo esta versión cuesta 15 euros. Que no te desanime la de tapa dura: cuesta 44), podrás leer aquello de «todas las familias felices se parecen; las desdichadas lo son cada una a su modo.» 

Pero también puede pasar que a uno le aburran las historias de amor, o sienta predilección por aventuras de otra clase. En ese caso, tampoco hay duda: hay que seguir con Tolstói y hacerse con Guerra y Paz. Quién no querrá enamorarse del afable príncipe Bezújov, admirar la belleza de las damas en los salones de San Petersburgo, perderse en la narración de las batallas, enterarse de cómo se veía a Napoleón en tierras rusas. Decía al respecto Nabókov, y seguimos en su Curso de literatura rusa, que «no es de extrañar, pues, que a la hora del té los rusos de cierta edad hablen de los personajes de Tolstói como si se tratara de personas que realmente hubieran existido, personas a quienes se puede comparar con los amigos, personas a las que ven con tanta vividez como si hubieran estado bailando con Kitty y Ana o Natasha en tal o cual baile, o cenando con Oblonski en su restaurante favorito [...]». Es necesario rebuscar —y mucho— entre las innumerables versiones que existen en castellano y elegir la traducción de Lydia Kúper. En este caso, la versión es mérito del empeño personal del editor Mario Muchnik (la historia es conocida y la explica él mismo al final del volumen, en el artículo titulado «Editar Guerra y Paz»). 

Entre los imprescindibles, claro está, está Fiódor Dostoievski. Pasando un poco de largo de Crimen y Castigo, que nunca ha sido santo de mi devoción, permítanme que les haga otra recomendación para el verano: la novela El idiota. El príncipe Myshkin (léase la ‘y’ como si al mismo tiempo se levantara una mesa) es uno de los personajes más encantadores de la literatura rusa del XIX. Los rusos suelen decir que Crimen y Castigo es la obra de Dostoievski que mejor entienden los extranjeros, pero que El idiota es una novela más cercana al alma rusa. Cuenta la historia de un noble que vuelve a su país después de haberse pasado la primera juventud en el extranjero. Está aquejado, como se decía en la época, de una «enfermedad de los nervios». Dostoievski pone sobre la mesa un problema moral que probablemente no ha perdido nada de vigencia: cuando una persona es buena, ¿puede y sabe hacer el bien?

Cubierta de la edición de Nevsky

Como hay mucha gente que piensa que la literatura rusa siempre tiene que ser seria y pesada, suelo seguir mis recomendaciones con las dos novelas de Ilf y Petrov Las doce sillas y El becerro de oro, que se pueden encontrar en la editorial Acantilado con traducción de Helena-Diana Moradell. Ilf, pseudónimo de Iliá Arnóldovich Fainzilberg (1897-1937), y Petrov, de Evgeni Petróvich Katáev (1903-1942), fueron dos periodistas y escritores satíricos. Escribieron en colaboración estas dos novelas en las que inmortalizaron a un personaje que se ha convertido en un modelo para los rusoparlantes: Óstap Bénder, el «veliki kombinátor», es decir, el gran pícaro. Las películas soviéticas basadas en estas novelas son tan conocidas que la gente suele citar de memoria frases enteras.

Otro de los libros del siglo XX más populares en Rusia es El maestro y Margarita, de Mijaíl Bulgákov. Hace poco escuché en la radio rusa que era la novela preferida entre los jóvenes. En español hay una nueva traducción a cargo de Marta Rebón (Nevsky, 2014). El Maestro y Margarita cuenta los desaguisados que el diablo y su séquito montan en el Moscú de los años del estalinismo, pero al mismo tiempo, en otras dos líneas paralelas, reescribe el encuentro de Jesús con Poncio Pilatos y el amor verdadero de una dama, Margarita, por un escritor caído en desgracia e ingresado en un manicomio. La novela se puede leer como una crítica del sistema totalitario, pero lo cierto es que este célebre manuscrito va cobrando vigencia conforme se va confirmando la deriva de los sistemas morales, tanto en Rusia como fuera de ella. La historia de la edición póstuma de la novela y del título alternativo que le sirve de subtítulo, Los manuscritos no arden, contribuye, sin duda, a la leyenda, como explicaron en su momento los editores en español (y puede leerse en este artículo).

Después del verano tendremos un nuevo premio Nobel. Pero de momento, la premio Nobel vigente (ya sé que con los premios no pasa lo mismo que con la reina del Carnaval y con las copas de fútbol) se expresa en ruso y es la bielorrusa Svetlana Alexiévich. Se podría argumentar que los libros de esta ahora célebre periodista son más recomendables para el otoño, ya que no propone ficciones, sino realidades. Y no ofrece finales amables, sino disecciones dolorosas del alma humana. Svetlana es la sexta escritora en lengua rusa que es laureada con el premio Nobel, y —conviene subrayarlo— la primera mujer de esa nómina donde figuran Solzhenitsin, Shólojov, Pasternak, Bunin y Brodsky. Al haber recopilado durante décadas los testimonios de los personas que nacieron y crecieron en un país que ya no existe, Alexiévich nos ofrece un mosaico magistral. Su técnica tiene una aparente sencillez, pues consiste en seleccionar fragmentos muy pequeños de historias de vida para dar voz a los protagonistas olvidados de la Historia, en la mejor tradición de la novela rusa del XIX y su empeño en retratar al hombre de la calle, ese que no aparece en los libros de texto. Sentada en la cocina de sus entrevistados, tomando té y confitura casera (como explica con encanto en El fin del homo sovieticus), les oye reír y desgranar historias de la guerra, de la paz y de la construcción del socialismo que solo podríamos haber escuchado yendo allí, sentándonos en una de aquellas cocinas para disfrutar de la mítica hospitalidad eslava. De sus cinco libros, en español se pueden conseguir ya cuatro de ellos: Voces de Chernóbil (con el espeluznante subtítulo de «Crónica del futuro», en traducción de Ricardo San Vicente), El fin del homo sovieticus (traducción de Jorge Ferrer), La guerra no tiene rostro de mujer (no se lo pierdan: relatos de mujeres que participaron en la Segunda Guerra Mundial), y Los muchachos de Zinc, sobre la participación soviética en la guerra de Afganistán (traducción de Yulia Dobrovólskaya).

Pero volvamos al verano y a sus largos días recomendando alguna lectura intensa y afrutada, como hemos prometido. Esta vez se trata de relatos: cortos y a veces dulces, a veces más ácidos, como las cerezas o las fresas silvestres que nos podrían servir nuestros anfitriones en una dacha. Si eres lector de relatos, conviene que pruebes la prosa mordaz de Serguéi Dovlátov (1941-1990). Exiliado de la URSS en 1979, Dovlátov pudo publicar sus relatos en la revista New Yorker en los años ochenta. Irónico, el asunto de sus relatos es siempre el mismo: la autobiografía ficcionada mezclada con la caricatura de lugares y personas. La idea de fondo, también la misma: nuestro mundo es absurdo. Editados en español se pueden encontrar los volúmenes La maleta (en RBA), La extranjera, La zona y El compromiso (editorial Ikusager), y Los nuestros (Altera), aunque su estilo coloquial invita a acercarse al original ruso. En el prólogo de La extranjera me encuentro con esta cita de los Cuadernos de notas de Dovlátov: «Puede uno postrarse ante la inteligencia de Tolstói. Sentirse admirado por la elegancia de Pushkin. Valorar las búsquedas morales de Dostoievski. El humor de Gógol. Y así sucesivamente. Y no obstante, al único al que quisiera parecerme es a Chéjov».

Al traer esta cita al comienzo de su prólogo a La extranjera, Ricardo San Vicente nos obliga a volver a principios de siglo XX y quitarnos el sombrero delante de Antón Pávlovich. Más conocido seguramente por sus obras dramáticas, Chéjov es uno de los escritores más humanos de la literatura rusa. Hijo de un comerciante arruinado de provincias, médico de profesión igual que Bulgákov, durante mucho tiempo no se decidió a dedicarse por completo a la literatura. Se hizo célebre con los relatos que enviaba a los periódicos, muchos de los cuales aparecen cuando se hace inventario de los mejores cuentos de todos los tiempos. Los personajes ya inmortales de «La dama del perrito» o «El hombre enfundado» muestran, en su más lacónica expresión, unos tipos humanos vistos con infinita delicadeza y maestría. En «La grosella» nos dice el personaje de Iván Iványch: «Los hombres que vemos son aquellos que van al mercado a hacer la compra, los que de día comen, de noche duermen; vemos a los que van por ahí diciendo tonterías, se casan, envejecen y llevan apacibles al cementerio a sus difuntos; pero no vemos ni oímos a los que sufren. Todo lo que de pavoroso tiene la vida ocurre no se sabe muy bien dónde, como quien dice tras bastidores.» (Los mejores cuentos, pág. 263). En el volumen Los mejores cuentos que nos ofrece la editorial Alianza, el profesor Ricardo San Vicente no solo selecciona y traduce los cuentos, sino que también aporta un inspirado prólogo que puede animar a muchos a salirse de este volumen y seguir tirando del hilo de Chéjov.

Por fin, de postre ya, para acompañar la tarta de miel, volvemos al siglo XXI con Anna Starobínets. Esta escritora y periodista nacida en 1978 ha sido comparada con Stephen King o Neil Galman, pero ya se sabe que comparar no es más que una estrategia de ventas. Si les gusta la ficción fantástica, o incluso si no es su género favorito, olvídense de cualquier comparación y léanla. Se puede empezar con el libro de relatos Una edad difícil (Nevsky, 2005, traducción de Raquel Marqués) o por su último libro, Refugio 3/9, editado también por Nevsky con traducción de Marta Sánchez-Nieves

Ahora sí, no sigo poniendo libros sobre la mesa. Ya puede el amable lector (y si ha llegado hasta aquí, es que es de verdad muy amable) servirse un té con confitura casera (atreverse a ponerla dentro, a la manera rusa), tumbarse en un lugar ameno, lejos de todo dispositivo que emita pitidos, y disfrutar con el menú elegido. Que pasen un verano intenso, porque ya saben: este no se va a repetir.

Maila Lema.