Belén Lorenzo Francisco |
En realidad, he llegado al aforismo a través de la evolución de mi propia escritura y, también, he vivido ese camino como un ejercicio de honestidad hacia mi forma de ser. Empecé como microrrelatista hace algunos años, escribiendo textos que poco a poco se hicieron cada vez más breves, hasta que un día caí en los aforismos sin darme cuenta. Fueron los lectores los que notaron esa evolución de la que yo no fui consciente y que, por otra parte, era lógica: soy concisa por naturaleza. Me gusta escuchar más que hablar, y cuando hago lo primero, intento buscar lo central del discurso, voy separando lo anecdótico de lo fundamental. Cuando escribo aforismos hago lo mismo: elimino mentalmente todo lo que sobra hasta quedarme con la idea. Luego hay que buscarle una forma, y es entonces cuando el aforismo termina adquiriendo una personalidad propia.
-Entre los diferentes tipos de aforismos que conocemos (el satírico, el poético, el moralista, el reflexivo), ¿dónde ubicaría los suyos?
Nunca los ubicaría en un único tipo, pero, de elegir uno, me quedaría con el reflexivo. En el fondo, todos mis aforismos lo pretenden, aunque a veces lo hacen de una manera más poética, y otras lo intentan buscando una sonrisa o el encogimiento del corazón. Pero siempre tienden a provocar un movimiento en la mente, nunca son meros juegos de palabras. Aun así, la clasificación de los aforismos no es algo que me preocupe. Nacen con una identidad propia y los acojo como míos sin etiquetarlos, igual que hago con otros textos. En realidad, solo me preocupo de escribir: a veces la frontera entre un hiperbreve, un poema o un aforismo es muy difusa e, incluso, interpretable. Es algo en lo que ni siquiera pienso.
-El aforismo, si bien aspira a la pureza de lo conciso, no se encuentra regulado por una extensión específica; los suyos, no obstante, se caracterizan por la brevedad. Son directos, categóricos y alejados de toda grandilocuencia...
Sí, me gusta que sean directos y rápidos como flechas: dan en el centro de la cuestión o, al menos, lo intentan. Como lectora, me acerco a todo tipo de escrituras, pero como escritora soy más efectiva cuanto más breve. Si intento extenderme, me falseo, o así lo siento. Por otra parte, la grandilocuencia no ha sido nunca mi fuerte. Prefiero lo simple, lo sencillo y cercano, tanto a nivel personal como en la literatura.
-Uno de los aciertos de A pesar de todo es que no resbala sobre la piel de plátano, me refiero a que mantiene un tono medio bastante equilibrado; no incurre en caídas bruscas ni abundan en él los lugares comunes que hagan palidecer los hallazgos. En este sentido quisiera saber su opinión sobre el carácter de lo compacto aplicado a un libro de aforismos, ya que, al tratarse de un género que tiende a la brevedad, el lector puede pensar que el diseño y montaje de un libro de esta naturaleza presenta menos dificultades que los de mayor extensión.
Cubierta del libro A pesar de todo |
-Es cierto que por su libro bucean diferentes temáticas, pero perseveran una serie de aforismos sobre la condición humana que pueden entenderse como un refrescante paseo en el que se citan la burla, el desencanto y el escepticismo, y donde nunca parece desprenderse de la sonrisa maliciosa. Enumero unos cuantos: «La duda es una ecuación que se despeja con el tiempo»; «El arrepentimiento es una herida que no termina de cerrar»; «Dar refugio a alguien es compartir nuestra intemperie»; «La felicidad era el momento en el que leíste que la felicidad era el momento»; «En todo orden hay un caos luchando por manifestarse».
Gracias, me gustó esa imagen del «refrescante paseo». En realidad, es precisamente eso lo que hacemos todos en la vida: pasear, observar el camino, interpretarlo, disfrutar de él, o no... Y, en algunos casos, contarlo: escribirlo en mi caso, pintarlo en el de los artistas, etc. A pesar de todo está lleno de temas universales más que personales porque hay lugares de ese paseo por los que andamos en un momento u otro, sin excepción. Y muchas veces caigo en la ironía o la sonrisa porque mi carácter es así: sonriendo y buscando el lado simpático de las cosas se pasea mejor.
-Es una realidad que, desde hace unos años, nuestro país ha experimentado un auge del género aforístico. ¿Qué opinión le merece el fenómeno? ¿Piensa que las nuevas tecnologías han sido determinantes en la intervención de dicho proceso?
Los géneros breves, aunque es cierto que no son nuevos, son lógicos en una sociedad que carece de tiempo. En ese sentido no es de extrañar la proliferación e, incluso, el exceso de aforismos con mejor o peor fortuna. Las nuevas tecnologías, que sin duda ayudan a la difusión y a la lectura de aforismos, a veces se vuelven tiranas: es demasiado fácil caer en el comentario simple que solo busca la aceptación en las redes. En ese sentido, es necesario pausar e invertir el poco tiempo que tenemos en dejar que el aforismo madure. Es decir, debemos olvidarnos de la inmediatez si queremos conseguir sentencias que realmente merezcan perdurar.
-El sociólogo alemán Ulrich Beck postuló en la década de 1980 el concepto de «ociedad del riesgo» para definir el período de la posindustrialización previo a la caída de la Unión Soviética. Con posterioridad otro sociólogo, el polaco Zygmunt Bauman, acuñó el término «Modernidad líquida» para referirse a las consecuencias derivadas del marco social esbozado por Beck; entre ellas Bauman menciona la incertidumbre, el nomadismo y el individualismo. Tras la consolidación de las nuevas tecnologías podemos añadir la rapidez, lo instantáneo y lo inmediato. Sobre este escenario de incertidumbre, técnica, individualidad e inmediatez, ¿piensa que el aforismo –o el proverbio o la máxima e incluso el eslogan– es el género adecuado para satisfacer las necesidades críticas de los sujetos? Yendo un poco más allá: ¿cuál debería ser, a su juicio, la tarea del aforismo en la elaborada saturación informativa que padecemos?
«Advertencia: un buen aforismo puede provocar cambios», digo en el libro, y creo que es así. Los aforismos ayudan a centrar la atención sobre algo, a reflexionar y, en última instancia, a producir cambios. No son para leer y olvidar. Al contrario, pueden quedarse anidando en nuestro interior hasta ir más allá de él. En ese sentido, y teniendo en cuenta el loco mundo en el que vivimos, los aforismos pueden y deben aportar un poco de cordura.
-Por último, ¿qué les diría a los lectores para que se aproximen a las páginas de A pesar de todo?
Les recomendaría que lo hagan con tranquilidad, despacio, tomándose su tiempo. Y que se olviden de lo que han leído en esta entrevista, porque «a pesar de todo lo escrito, a veces sobran las palabras».
Por Benito Romero
Todos los caminos conducen a ¿quien sabe?
ResponderEliminarA veces el exceso de tranquilidad puede poner nervioso. Luis Manteiga Pousa.
ResponderEliminarNo pierdo nunca los nervios, Siempre quedo con ellos
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