Texto de la intervención de Isabel González Díaz, profesora de la ULL, en la mesa redonda celebrada con motivo de la inauguración de la exposición sobre el Verano del Amor de 1967, el día 20 de junio de 2017.
VIAJE AL VERANO DEL AMOR
1967-2017
Voy a empezar diciendo una obviedad: para que llegue el verano tiene que haber pasado el invierno. En ocasiones, largos inviernos, y el verano del 67 no fue distinto en eso. Para llegar al verano del amor en los Estados Unidos primero hubo que pasar el largo invierno del retroceso, la conformidad y el conservadurismo de la década de los 50; y sobre todo el largo invierno de las guerras en aquella cruzada anti-comunista que la ciudadanía no terminaba de asumir pero en la que se veía obligada a participar, especialmente la juventud. Eso sí, después del invierno, y antes del verano, aparece la primavera, y la primavera había asomado desde 1955 en una guagua de Montgomery (Alabama), cuando una mujer llamada Rosa Parks sembró la semilla de la dignidad y la rebelión en la comunidad afroamericana, alentando el movimiento por los Derechos Civiles.
La primavera también se iba acercando, tímidamente, en forma de mujeres que intentaban explicarse qué era aquello que les sucedía, algo que no tenían forma de expresar con palabras, "el problema que no tiene nombre", como lo llamó Betty Friedan en su Mística de la feminidad (1963). Aquellas semillas se convirtieron en el verano del 67 en un tsunami de rebeldía, en una primavera feminista, de orgullo racial y libertad que, como demuestra todo lo que aquí nos rodea, son un icono indiscutible.
No tenemos tiempo hoy para repasar con rigor todos los aspectos sociales y culturales que contribuyeron a que se produjera aquella rebeldía de la ciudadanía, especialmente de la juventud pero, dentro del contexto estadounidense, permítanme remontarme a mediados del siglo XIX cuando un grupo de intelectuales, hombres y mujeres a quienes hoy conocemos como trascendentalistas, emprendieron un proyecto utópico de vida en comunidad en la granja de Brook Farm, en Massachusetts. El germen de las comunas hippies puede estar ahí, así como en la obra de uno de esos trascendentalistas más conocidos, Henry David Thoreau, cuyos experimentos de vida en contacto con la naturaleza y su idea de la desobediencia civil fueron, sin duda, fuente de inspiración más de un siglo después.
No podemos olvidar, tampoco, a aquel grupo de escritoras y escritores rebeldes a quienes, desde finales de la década de los 40, conocemos como la Generación Beat, aquellos hipsters radicales y antisistema que ya experimentaban con las drogas, escuchaban una música "diferente" y expresaban sus inquietudes de una forma que se alejaba del encorsetamiento de la literatura tradicional. Sin aquellos hipsters no hubieran llegado estos hippies, a pesar de que cuando se habla de la etimología de esta última palabra se especula con que fue una forma peyorativa de distanciarlos de los hipster beatniks.
En cuanto a los hippies, ese movimiento también inabarcable, voy a nombrar simplemente algunos de los aspectos que me resultan más destacables: el primero su juventud, su rabiosa y rebelde juventud. Eran principalmente chicas y chicos blancos de clase media, estudiantes a quienes el establishment estaba obligando, especialmente a los chicos, a dejar su vida para "servir" a la patria en sus proyectos belicistas. Y se organizaron y se rebelaron, en muchas ocasiones, en el ámbito universitario (y también en calles y plazas, reunidos en torno al alcohol, la música y las drogas, por supuesto). Pero ir a la universidad, en los Estados Unidos, a finales de los 60, era mucho más fascinante y productivo de lo que puede resultar hoy en día. También quiero resaltar su filosofía pacifista, sus incursiones en la meditación y, por encima de todo, su enfrentamiento a todo tipo de autoridad y aquel afán por alejarse de los valores tradicionales, homogéneos y normativistas de sus padres y madres. Los hippies no fueron un movimiento intelectual especialmente destacable: no hay una literatura significativa que podamos mostrar de esa década, pero a nivel cultural, (contra)cultural, su legado es indiscutible, y la posmodernidad filosófica y literaria no podría entenderse sin este verano del amor que estamos rememorando aquí hoy.
Finalmente, quiero enfatizar lo que para mí ha sido uno de los mayores legados de este movimiento: la puesta en valor de los cuerpos, de los de todas y todos, cuerpos negros y blancos, de mujeres y hombres. El movimiento feminista, hasta aquella época, se había centrado principalmente en la lucha por los derechos civiles de las mujeres y, de repente, muchas personas se dieron cuenta de la importancia que también tenía cuidar y controlar nuestros propios cuerpos frente a injerencias ajenas. Hubo pioneras, luchadoras, en siglos anteriores, sin duda (en la lucha por el control de la natalidad, por ejemplo), pero en los años 60 se rompieron por fin muchas cadenas cuando se empezó a hacer el amor y no la guerra, a practicar el amor libre, a quemar sujetadores y a pensar que lo personal es importante, sobre todo, porque también es político, y precisamente por eso no se puede permitir que nadie lo controle y lo regule. Los cuerpos negros tenían sus reivindicaciones pendientes, también, y ya si eran negros y de mujer, de gays o lesbianas entonces ni hablamos... Pero salieron a la calle, se enseñaron con orgullo, pelearon y gritaron. Todo se hizo más visible, entre flores y porros, con un fondo musical increíble y viendo chiribitas psicodélicas. El sueño americano, que ya era entonces casi una pesadilla, se transformó por unos años en un sueño más beatífico.
Y luego despertamos y, como ya estamos acostumbrados a ver, el sistema fagocitó el sueño, lo comodificó (lo mercantilizó) y lo hippie, hoy, se vende en Zara. Pero quiero aprovechar esta magnífica ocasión que nos brindan mis queridas compañeras de la biblioteca, para reivindicar el potencial de disidencia y rebeldía que ha estado presente en los Estados Unidos desde sus orígenes como nación, y que cristalizó tan claramente en Haight-Ashbury en el verano de 1967.
Cuando, en noviembre de 2016, muchas personas criticaron a la ciudadanía estadounidense por haber permitido la llegada de un ser impresentable a la Casa Blanca, no podía dejar de pensar que, a pesar de todo, ese país derrocó a un monarca para instaurar una república, aunque haya mostrado y siga haciéndolo, muchas contradicciones y fisuras, y aunque tenga muchas reconciliaciones pendientes. Tal vez no ha sabido reconciliar su estructura federal con su idea de soberanía popular, su cacareada defensa de la independencia y la democracia con sus afanes imperialistas. Y no ha sabido, sobre todo, reconciliar la multiplicidad de razas y culturas que conforman la nación desde sus comienzos. Pero no deja de ser el país del que han surgido figuras disidentes como Emma Goldman, Rosa Parks, Malcolm X, Angela Davis, Martin Luther King, César Chávez, Susan Sontag o Noam Chomsky...
Cuando observas a todas aquellas personas que se echaron a las calles a gritar: "No en nuestro nombre" en 2001, y otra vez en noviembre de 2016 para protestar por el presidente que sus compatriotas habían elegido, no dejas de sentir que algunas semillas brotan después de los largos inviernos. Mientras esperamos a ver qué sucede en los veranos venideros, celebremos y rememoremos aquel Verano del Amor.
Y para recorrer en imágenes todo lo que aconteció hasta llegar a aquella explosión del verano del 67, les invitamos a visitar nuestros tableros en Pinterest: Viaje al Verano del Amor, centrado en los aspectos socioculturales que dieron lugar al movimiento hippie, un segundo tablero dedicado especialmente a conocer los tres eventos que pusieron la banda sonora de aquellos meses: Love Pageant Rally (octubre, 1966), Human Be-In (enero, 1967) y Monterey Pop Festival (junio, 1967). Y finalmente un tablero que recoge los libros mostrados en nuestra exposición bibliográfica ¡A disfrutar del verano!!!
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